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martes, 26 de abril de 2016
Martha Céspedes Pereira migró a Brasil a sus 20 años en busca de mejor vida y logró consolidarse como gerente en Petrobras.
En 1950, Martha Céspedes Pereira, una orureña de 20 años, tomó una maleta con sus pocas pertenencias y escaso dinero para aventurarse en un viaje hacia Río de Janeiro, Brasil, donde buscaban operadores de computadoras en la reciente creada empresa Petrobras.
“Por razones familiares decidió migrar, su padre había muerto, ella era la hija mayor y debía ayudar a su madre que quedó a cargo de seis hijos”, cuenta Alaín Canedo, sobrino de Céspedes.
Apenas terminado el colegio, la aún adolescente de 18 años había sido parte del equipo de trabajadores de Casa Bernardo en La Paz, la cual trajo las primeras computadoras al país. “Eran máquinas que ocupaban toda una pared y funcionaban a bujías y con tarjetas. Por aquel entonces, operarlas implicaba mucha complejidad”, recuerda el sobrino, quien según dice fue como un hijo para su tía.
Tras dos años de trabajo, la joven se enteró —por medio de una publicación del periódico— de que la recién creada estatal brasileña Petrobras buscaba operadores de computadoras. “Ella tomó una decisión bastante significativa para su tiempo, época y edad. Mi tía siempre fue una mujer muy valerosa y decidió dejar todo y probar suerte en Río de Janeiro. Llegó sola con una maleta a una ciudad tropical, con un idioma distinto y con la esperanza puesta en un papel donde figuraba la información sobre aquel empleo”.
A sus 20, llena de juventud y esperanzas, se presentó al examen para operadora de computadoras que demandaba el gigante brasileño. “Ella contaba que en la fila había como 200 personas para la prueba. Martha se sintió agobiada al ver a tanta gente y pensó que había cometido una locura que le costaría caro porque sus recursos económicos eran muy limitados”. Una semana después del examen, el teléfono de la recepción del modesto hotel donde se alojaba sonó con insistencia. “La llamaron y le dijeron que dio el mejor examen entre todos los candidatos. Pero que también había dos problemas: su situación migratoria y que no hablaba portugués”.
Sin embargo, la buena estrella estaba del lado de la orureña, ya que Petrobras le dio un año de plazo para tener sus papeles en regla y aprender el idioma. “No tenía miedo, lo encaró y lo hizo. Martha fue muy valiente. A medida que pasaba el tiempo fue subiendo de puesto. Primero fue encargada, luego jefa y también directora de informática. A finales de 1980 se había consolidado como gerente de informática de Petrobras en Río de Janeiro. Una mujer inteligente y autodidacta”, narra Alaín Canedo. ‘Para crecer hay que luchar y ser constante’, era la frase recurrente de la experta en computación, quien también tuvo muy buen ojo para los negocios inmobiliarios. “En sus primeros años de inmigrante, mi tía vivía en un alquiler y como era previsora decidió construir su propia casa.
Entonces se compró un terreno y a la hora de la comida se alimentaba tan solo de un sándwich y un refresco y se iba a comprar cemento, ladrillos y a buscar albañiles para levantar su vivienda. Era el único tiempo libre que tenía. Y los fines de semana se quedaba todo el día allí”.
Una vez finalizada la obra, vendía la propiedad y de inmediato compraba otro terreno; fue de esa manera sacrificada que adquirió sus bienes. “Ese esfuerzo y ganas de generar estabilidad tenía un propósito y era el de llevar a su madre y hermanos a vivir a Brasil, objetivo que logró exitosamente, aunque había postergado el amor por esos motivos”.
Klive Canedo era un emenerrista, jefe de juventudes, que fue exiliado en 1964 por el golpe militar del general René Barrientos. “Mi padre era viajero y en uno de esos viajes conoció a Martha y forjó una muy buena amistad. Cuando mi tío Klive fue exiliado, a mi padre se le vino a la cabeza Río de Janeiro y buscó a su amiga para que lo aloje y le dé una mano. Ella lo recibió con gusto, sin pensar que surgiría el amor”.
El tiempo que pasaron juntos en el vecino país hizo que el amor se encienda en sus corazones, aunque la relación no se proyectó en ese momento “porque como él era un político sabían que debía retornar a Bolivia una vez concluida la dictadura de Barrientos”. Sin embargo, la pareja mantuvo contacto. “Se mandaban cartas de amor muy bellas y románticas”. Finalmente, después de tanta correspondencia, que en ese entonces tardaba una eternidad en llegar de un país al otro, Martha y Klive decidieron casarse y formar una familia. “Mi tía se casó a los 40 años”.
El matrimonio nunca tuvo hijos; para ella era muy importante su carrera, además de tener un plan de pareja que no incluía niños y así viajar y conocer la mayor cantidad de países. Durante sus vacaciones llegaron a recorrer más de 100 países. “Primero conoció todo Brasil. Luego toda Sudamérica, Centroamérica, Europa y Asia. Sus países favoritos fueron Tailandia, Singapur, China y Japón. En 2010, compró un pasaje para irse con mi tío a Dubai, a los Emiratos Árabes, pero el viaje se frustró porque murió antes debido a un cáncer. Ella fue un signo de perseverancia y valor. Mi tío la extrañó mucho y a los pocos años también se fue”, recuerda Canedo.
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