Al cumplir 200 años del levantamiento del 6 de Octubre de 1810, echemos un vistazo bastante sucinto a lo que fue la economía de finales del siglo XVIII hasta nuestros días, con altibajos que permiten darnos cuenta de las cosas malas y las buenas que se hicieron para caer y subir.
Pues no es justo que Oruro pase de ser un lugar de ubicación estratégica hoy luego de 200 años continúe sumido en el abandono y en la pasividad de sus habitantes que parecen haberse resignado a su suerte.
Me permití transcribir lo que Fernando Cajías y Vicente Gonzales-Aramayo nos cuentan de este aspecto, importante en el desarrollo de las regiones, como es el manejo adecuado de la economía, para posibilitar que todos accedan a una mejor calidad de vida.
Sin duda, la minería en Oruro ha sido una de las principales fuentes de ingreso, basta con señalar que el interés de los colonizadores por esta región fue precisamente la riqueza mineral que tenía y aún posee.
Sin embargo, otra de las importantes fuentes de generación de recursos fue el comercio, tal como detallan los diferentes autores que escribieron sobre la historia orureña y la economía, pues el establecimiento de las personas interesadas por la explotación minera, también requirió de insumos de toda índole.
Fernando Cajías de la Vega en su libro Oruro 1781: Sublevación de Indios y Rebelión Criolla, nos brinda una visión de la economía orureña que se tenía a la mitad del siglo XVIII y principios del siglo XIX.
Y comienza indicando que existían dos tipos de economía de entonces: la economía natural y la economía monetaria. Entendiéndose la primera como el intercambio, teniendo su esencia en el trueque y la segunda siendo su principal medio de cálculo y de intercambio la moneda.
En Oruro, al ser un centro importante de producción de plata, existía más circulante que en otras regiones; pero también es cierto que la casi totalidad de su excedente se exportaba a Lima y, luego a Buenos Aires. La gran masa de la población estaba más vinculada a la agricultura. Gran parte de la mano de obra minera era mitad de su tiempo jornalera y la otra mitad, campesina.
En Oruro, en Paria y en Carangas, la mayor parte de la tierra era propiedad de las comunidades indígenas. Mediante el sistema del control vertical sobre tierras en los valles, algunos ayllus tenían una economía natural de auto subsistencia. El comercio de los productos indígenas, aún en los mercados de Oruro se hacía en gran medida por la vía del trueque.
Los jornaleros sólo se pagaban con dinero, se pagaban también con coca o permitiendo el robo de plata (juqueo) sin beneficio y menos acuñación. El tributo indígena era calculado en pesos, pero solía ser cancelado en productos. En algunos ayllus, como los de los urus o los aymaras de Challacollo, el tributo, aún hasta fines del siglo XVIII, era inclusive calculado en varas de ropa.
Este tipo de economía, que era en la que se desenvolvía la gran masa de la población y en la que, incluso, la élite tenía que hacer gran parte de sus transacciones, coexistía con la economía monetaria.
Los créditos de los comerciantes a los mineros se calculaban y se cancelaban en pesos o en barras de plata. Aunque no se ha hecho ningún cálculo al respecto, todo parece indicar que el comercio de ultramar en gran medida estaba dentro de la esfera monetaria. Pero, sin duda, lo más monetarizado era la Real Hacienda.
A diferencia de Paraguay, por ejemplo, las Cajas Reales de Oruro calculaban todos sus ingresos y egresos en pesos. El tributo era una excepción, pero no del todo. Paulatinamente se exigió el pago del tributo en moneda y este fue uno de los mecanismos por el que muchos indígenas se vieron forzados a vender su fuerza de trabajo.
INGRESOS
Al respecto, se señala que en más de 30 años, hasta 1807 ingresaron a las Cajas Reales de Oruro 20.886,77 pesos corrientes, de los cuales 9.285,92 correspondían a deudas y 11.601,85 pesos a ingresos efectivos.
En los últimos treinta años del siglo XVIII el ingreso efectivo de las Cajas Reales de Potosí fueron más del doble de lo recaudado en Oruro. Para ese mismo tiempo, la recaudación de La Paz fue también mayor que la de Oruro, gracias a los ingresos por tributo y alcabala.
En definitiva, Oruro, sobre todo por la crisis de la minería, pasó a ser, desde la década del 70, la tercera Caja de importancia de las que eran sufragáneas de Potosí, pero a principios del siglo XIX pasó a ser la sexta.
La minería era la principal actividad económica de Oruro, por lo menos la que daba más altos ingresos a la Real Hacienda.
El tributo indígena, después de la minería fue el ingreso más importante en las arcas de Oruro y Paria. En otras provincias, como La paz, era la partida más importante. La recaudación por tributos fue mayor a lo recaudado por diezmos de plata en varios años de la década del 90, en todo caso, el tributo fue también otra de las fuentes que abultó el ramo de deudas.
COMERCIO
La tercera fuente para el tesoro público fueron los impuestos al comercio; recaudación; no obstante, de mucha menor cuantía que las anteriores.
El impuesto más importante en relación al comercio era la alcabala que desde fines del siglo XVI significaba el 2 por ciento sobre el valor de cada transacción mercantil.
Dentro de la política de reformas fiscales, en 1772, éste subió al 4 por ciento y en 1776 al 6 por ciento. Generalizada en todo el Virreinato, esta política causó protestas e incluso rebeliones, agudizadas por el establecimiento de adunas que cambiaron la forma de cobro de los plazos largos por el inmediato y la aplicación de las alcabalas a productos antes libres de impuestos.
Sin embargo, el objetivo de aumentar las recaudaciones se logró en gran medida.
En Oruro como en todo el Alto Perú, se aplicó el aumento del 6 por ciento a partir de 1777; pero las recaudaciones aumentaron efectivamente en 1786, en cuanto se estableció la Aduana con recaudadores especializados distintos a los oficiales reales.
De las alcabalas reales, las que producían mayor ingreso eran las aplicadas a los efectos de la tierra; coca, azúcar, ropa de la tierra, cera de Santa Cruz y yerba de Paraguay, que eran los productos principales. En segundo lugar estaban las alcabalas aplicadas a los efectos de Castilla, lencerías, ropa en general, hierro, lana, papel, cristales, entre otros.
El escritor, Vicente Gonzales-Aramayo Zuleta, en su reciente libro “Breve Historia de la Industria Orureña”, cuenta que a finales del siglo XVIII la decadencia de Oruro fue similar a una lámpara cuando se le agota el aceite. “Durante su vida activa -señala Marcos Beltrán Ávila-, vivió Oruro una existencia opulenta y gozó de todo cuanto puede gozar una urbe europea. Mas, esa opulencia fue intensa y fugaz, viendo después el empobrecimiento de la villa, por haberse inundado o agotado filones”.
“Reducida a un simple villorrio, con poca gente; sin embargo, Oruro no murió, entró en una especie de letargo que duró más de una centuria. A fines del siglo pasado o comienzos del presente volvió a la vida de casi cenizas. El Ave Fénix”.
Lo que probablemente hizo que Oruro no desapareciera completamente al decaer las minas fue el hecho de constituir una estación de parada para los viajeros entre Lima, La Paz, Arica y Potosí, Charcas y Buenos Aires. Mientras duraron las minas la ciudad mantuvo un ritmo normal de autoabastecimiento. Era -naturalmente- como ciudad de tipo feudalista, de economía de cambio más que de consumo, no obstante corría la plata en torrenteras.
Para darnos un panorama de la industria durante la Colonia, Gonzales-Aramayo hace referencia a Gustavo Adolfo Otero y a su libro Vida Social en el Coloniaje, quien indica que se reduce a fabricantes caseros y domésticos que iban a perdurar por muchos siglos y aún hoy se los puede encontrar en nuestro comercio poblano o provinciano.
Oruro, siendo el Departamento más chico que Bolivia tiene, posee algunas cabeceras de valle donde pueden germinar las semillas de algunas plantas alimenticias como papa, cebollas, maíz, tomates, lechugas, repollos, calabazas, cebada y trigo.
El escritor remarca que los pueblos tropicales eran simples proveedores de materia prima explotada en condiciones precarísimas y sus transacciones eran meramente comerciales, en cambio las ciudades altiplánicas debían hacer labor legítima de transformación de esas materias primas, cosa que se identifica con la industria.
Nuevamente haciendo referencia a Adolfo Otero se indica que los principales oficios que se ejercieron fueron los de carpinteros, empedradores, silleros, curtidores, carniceros, baberos, cajoneros, pintores, bordadores, torneros, cerrajeros, plateros, veleros, chocolateros, tinajeros, coqueros, cigarreros y otros.
Pero todo el comercio fue consecuencia del movimiento minero. Debía haber proveedores de mercaderías a los mineros, tanto en artículos de primera necesidad como en maquinaria. Particularmente en este último rubro se requería dinamita, barrenos de perforación, bombas, motores, herramientas, lámparas de carburo, ropa adecuada, reactivos propios de la activad y demás.
Por ello comenzaron a aparecer en la ciudad almacenes de cosas muy variadas. Había de ropa, de calzados, de víveres, de golosinas, de artefactos domésticos, de telas, de lanas, de sombreros, etc.
Del mismo modo surgieron hoteles, clubes, confiterías y verdulerías. Corría el dinero como lubricante de la banca y el comercio y, llegaron entre los extranjeros, yugoslavos, alemanes, libaneses, españoles, judíos y más.
Con la transcripción y el resumen de algunas partes de los textos de Cajías y Gonzales-Aramayo, que nos brindan un amplio panorama de la economía de hace 200 años, hoy al cumplir el Bicentenario del levantamiento del 6 de Octubre de 1810, se pretendió reflejar algo de nuestra historia y lo que hace a una población, la economía, con fuentes de trabajo.
Y mirar un poquito hacia atrás para tener en cuenta las cosas buenas y asumirlas, y no volver a equivocarnos con las cosas malas que hicimos.
Pues hoy con pena observamos que luego de ser considerada una ciudad metrópoli Oruro está postergada, por una serie de factores, que incluyen desde todos los orureños que se van “buscando mejores días”, hasta las malas políticas gubernamentales, que no permiten el desarrollo de esta región.
Lamentablemente, una serie de factores han influido para que diferentes industrias cierren dejando sin empleo a un sinfín de trabajadores, al igual que empresas importadoras y tiendas comerciales.
“Había antes menos gente pero más comercio e industrias”, indica Gonzales-Aramayo.
Esperamos con ansias que Oruro vuelva a surgir, con el empeño de su gente, bien calificada de trabajadora, y el apoyo de sus autoridades, de mucho tiempo orureñas.
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