De acuerdo con el historiador Fernando Cajías, varias razones provocaron este levantamiento.
El investigador recuerda que las Reformas Borbónicas derivaron en la creación de nuevos impuestos al comercio de la coca. Este negocio era uno de los más importantes, en especial en La Paz, Oruro y Potosí. En general, los indios vendían el producto. Además, la crisis de la minería les restaba clientes a estos comerciantes.
Otro factor de molestia era que los criollos soportaban el desprecio de los europeos, “quienes los trataban sin el menor tino como ‘cholos de baja estirpe’, señala el primer tomo del libro Oruro 1781: Sublevación de indios y rebelión criolla, escrito por Cajías.
El historiador orureño Ángel Torres añade que los criollos no podían ocupar cargos altos y, como sucedía con los indios, estaban obligados a comprar productos que llegaban de España, aunque éstos no sirvieran.
“A tanto llegaba el nepotismo español; todo era negocio para ellos (a los indios) les vendían cuadernos, tinta y plumas para escribir, pero los campesinos no sabían leer ni escribir. Les vendían incluso medias de seda, en el campo cómo podían utilizarlas. También libros de desecho en España (para los criollos), todo era vender y sacar dinero”.
Otro factor que aumentó la tensión fue que, en las elecciones de alcaldes del 1 de enero de 1781, el partido europeo del corregidor Manuel Urrutia venció al partido criollo que estaba encabezado por Jacinto Rodríguez.
Las noticias de las revueltas de Tomás Katari en Chayanta y Túpac Amaru en el Cusco, la proliferación de pasquines que ensalzaban el levantamiento tupacamarista y las sublevaciones indígenas en otras poblaciones orureñas (Paria, Caracollo, Condo, entre otras) completaron el cuadro de tensiones en Oruro.
El corregidor Urrutia conformó cinco compañías de milicianos, con el argumento de que la Villa necesitaba mayor protección para contener cualquier invasión extranjera o sublevación indígena.
Sin embargo, esta determinación añadió más leña a la hoguera. Urrutia organizó cuatro contingentes de criollos y mestizos, y uno de negros; de éstos, tres (la mayoría) estaban comandados por europeos. Por si fuera poco, el Corregidor ordenó el despojo de las armas de los milicianos criollos para distribuirlas entre europeos y negros.
Entre los sectores molestos por estas decisiones destaca la familia criolla Rodríguez, quienes eran dueños de minas e ingenios y sumamente influyentes en la zona.
Juan de Dios Rodríguez reclamó porque consideraba que merecía el nombramiento de capitán. El Virrey escuchó la queja y le dio el título de capitán del Regimiento de Milicias San Felipe El Real. El mismo proceso de ascenso tuvo su hermano Jacinto.
Estos nombramientos fueron insuficientes, durante la noche del 9 de febrero de 1781 los milicianos, temerosos de que los españoles intentaran asesinarlos, organizaron la revuelta.
En el libro de Cajías se lee que las mujeres, entre éstas la hija de Sebastián Pagador (sargento), cercaron el cuartel para advertir a los milicianos que su vida corría peligro si continuaban en el predio.
“(...) para los europeos todo obedecía a un plan bien orquestado. Es innegable que Sebastián Pagador y su hija fueron los personajes más visibles de la noche del 9, incitando a los milicianos a preparar la defensa contra los europeos”, se lee en el texto.
La convulsión se prolongó toda la noche y al amanecer del 10 de febrero los milicianos abandonaron el cuartel. La tensión bajó.
Aunque al atardecer del 10, la gente se congregó en la colina de Conchupata (detrás de la iglesia de Santo Domingo); empleados, trabajadores mineros, campesinos, artesanos, indios que vivían en la Villa y criollos se preparaban para la lucha.
“A eso de las siete de la noche de ese día se escuchó el ruido de cornetas y pututus y enseguida la multitud bajó hacia la plaza Mayor, la que hoy es la plaza 10 de Febrero; como no encontraron resistencia se dirigieron hacia la plaza del Regocijo (hoy Manuel Castro de Padilla), contigua a la principal”, acota Torres.
Los europeos intentaron organizar la defensa y rodearon a la plaza del Regocijo para evitar que la turba ingresara a ésta. La furia de la masa provocó temor entre los europeos; varios huyeron del lugar y se internaron en la casa que llamaban El Fuerte, del criollo Diego Flores, y que estaba alquilada a comerciantes españoles.
Cajías apunta que esta construcción albergó a la mayoría de comerciantes y mineros europeos, mientras que otros se refugiaron en las iglesias. En el desorden, el corregidor Urrutia y otros europeos huyeron a Cochabamba.
Los milicianos que se habían quedado en la plaza del Regocijo cambiaron de bando y se sumaron a los rebeldes y, entre todos, atacaron El Fuerte e incluso los templos católicos.
Los españoles se defendieron a escopetazos, pero no pudieron dispersar a los rebeldes, respondían con piedras y ondas. Los europeos optaron por la rendición y algunos dejaron la casa con las manos en alto.
Pero “alguien indica prender fuego a la casa, de repente aparecen leñas y materiales combustibles, y se prende fuego a la casa, ésta empieza a arder y algunos españoles intentan escapar por el tejado, pero son alcanzados por certeros hondazos”, describe el estudioso orureño.
Cajías acota que los atacantes ingresaron a El Fuerte y se apropiaron de objetos de valor (de plata y oro). La rebelión duró hasta el amanecer.
Así terminó la revuelta que, para la historia, unificó las fuerzas de criollos, mestizos e indígenas, en defensa de la Villa de Oruro.
DATOS
Habitantes • El historiador Ángel Torres detalla que la Villa de Oruro tenía 5.000 habitantes.
Población • De ese total, entre 40 y 50 habían nacido en España, 40 eran criollos, 40 de raza negra, 1.400 mestizos y el resto nativos.
Alianza • Los habitantes de Oruro (criollos, mestizos e indios) compartían algunas manifestaciones culturales y su odio por el colonizador europeo; esto facilitó la lucha conjunta, según Fernando Cajías.
Vestimenta • El 10 de febrero, todos los rebeldes, sin importar su origen, vistieron trajes nativos, bajo instrucción de Jacinto Rodríguez, explica Ángel Torres.
Muertos • 27 españoles, 19 indios, 14 negros, un mestizo y un criollo.
“Levántense, americanos, tomen armas, y con osado furor maten sin temor a los ministros tiranos”.
Extraído del libro: “Oruro 1781: Sublevación de indios y rebelión criolla”, de Fernando Cajías.
Algunos personajes que participaron en la rebelión del 9 y 10 de febrero de 1781
La historia conserva los nombres de varios personajes que impulsaron la revuelta popular en la Villa de San Felipe de Austria o Villa de Oruro.
Sebastián Pagador
El 10 de febrero, el sargento Pagador agitó a los milicianos y a los orureños en contra de los “chapetones” (españoles). El 15 de febrero, Pagador murió mientras resguardaba las Cajas Reales que estaban destinadas a cubrir los gastos que supondría el arribo de Túpac Amaru. Durante la vigilia, el rebelde rompió la cabeza a un indio, esto desató la furia de otros nativos, quienes terminaron con la vida del rebelde.
Juan de Dios Rodríguez
Rodríguez tenía 47 años en el momento de la sublevación. Administraba minas y era azoguero. Ocupó altos cargos en la administración local. Dirigió el levantamiento del 10 de febrero, aunque no participó en la lucha. Fue procesado en Buenos Aires juntamente con otros protagonistas. Murió en la pobreza, tras seis años de prisión (1791). Fue enterrado en el Convento de San Francisco, en Oruro.
Jacinto Rodríguez
Hermano de Juan de Dios, también indujo a la plebe de la villa de Oruro a participar en la revuelta. Después del 10 de febrero fue nombrado corregidor de la Villa; permaneció 18 meses en ese cargo. Después fue procesado por 77 cargos y encerrado en Buenos Aires, en la propiedad que llevó el nombre de “cárcel de Oruro”. Murió en junio de 1793, tras una larga enfermedad.
Manuel de Herrera
Este rebelde era primo de los Rodríguez. La sublevación del 10 de febrero le permitió salir de la crisis económica pues formó parte del nuevo gobierno de la Villa. Padecía de varias enfermedades y no podía salir de su casa; aun así, fue tomado preso y trasladado a una prisión de Potosí, en la que murió el 27 de febrero de 1783. La Corona lo acusó de incentivar y promover la sublevación.
Mujeres revolucionarias
Muchas mujeres lucharon en la rebelión de Oruro, entre ellas destacan la hija de Sebastián Pagador, María Quiroz, Francisca Goya y Francisca Orozco. El 9 de febrero, ellas advirtieron a los milicianos de que debían abandonar el cuartel, pues su vida corría peligro. Todas murieron encarceladas en Buenos Aires, luego de un proceso iniciado por órdenes del virrey del Río de La Plata, Juan José de Vertiz.
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